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Inteligencia Artificial

Tú también eres una inteligencia artificial. Y eso no es una buena noticia.

Archivos mensuales: abril 2023

Crear textos para las marcas con ChatGPT puede parecer una distopía pero, ¿se diferencian tanto de los que llevan años produciendo? Ahora que las marcas están llamadas a transformarse y transformar el mundo, sus contenidos tienen que ayudarles en esa misión. Y ello pasa por volver a lo que nos hace humanos.

Por Luis Aguilar, director de proyectos en 21gramos.

Llegas tarde si todavía no has publicado en LinkedIn nada relacionado con la inteligencia artificial. Te falta calle, bro, si aún no te has posicionado en tu miedo ludita o en tu euforia cyberpunk. Para cuando quieras contar algo, se habrá vuelto a poner de moda el metaverso. Espabila, tendrás que publicar algo aunque no sepas qué. Lo mejor de todo es que no tienes por qué ser tú quien lo escriba. La propia IA puede hacerlo por ti. Solo tienes que pedírselo. Dale a la IA las instrucciones de lo que quieres (el prompt) y lo hará. 

Venga, entra en OpenAI.com, pulsa en Try ChatGPT, regístrate y, sin dar muchas explicaciones, que para eso está la máquina, dile que escriba un texto con una opinión sobre sí misma. Borra un par de cosas y, en otro prompt, pídele una entradilla en primera persona que se ajuste a LinkedIn y que introduzca «tu opinión». Para terminar despídete de la IA con un «hasta luego, gracias», que es de bien nacido ser agradecido. Copia y pega en el espacio en blanco de tu nueva publicación. ¿Alguien notará que lo ha hecho una máquina? ¿O ese texto se parece sospechosamente a los que llevamos años produciendo los humanos?

La IA es, en realidad, la enésima revolución industrial. Lo que ocurre es que no es lo mismo automatizar el atornillamiento de la pieza de un coche o cambiar los bueyes por los tractores que cambiar el sentido y el significado de una marca a través de contenido hecho por una máquina. Hace 250 años, Ned Ludd organizó ya motines contra ellas porque destruían empleos y tareas que, hasta entonces, solo los humanos podían ejecutar. Si hoy fuese él quien organizase las revueltas, su «ludismo» no se basaría –o, al menos no solo–, en el argumento de la destrucción de puestos de trabajo. A un par de siglos vista, probablemente defendería el valor de las personas frente a la velocidad, la automatización y la efectividad, dando peso a la reflexión, la unicidad de lo imperfecto y lo emocional que lleva intrínseco su producto. Sean camisetas o sea branded content. 

Porque, ahora, los departamentos de marketing y comunicación también son una fábrica. Imagina a uno de ellas en el mismo punto de partida, en una mañana soleada de viernes, por ejemplo, pensando cómo posicionarse sobre, no sé, la subida de precios de los alimentos por culpa de la sequía. El responsable de turno entra en OpenAI, suelta un prompt, la máquina le devuelve un texto, borra un par de cosas, copia y pega en las redes, en su blog, en su newsletter y lanza un filete, otro más, a una piscina llena de cocodrilos. Aparentemente, todo en orden: se automatiza la creación de contenidos, están al día de la actualidad y se han ahorrado, si no algún puesto, unas cuantas horas de sus plumillas. Pero, espera: ¿es esto branded content? Sí, lo es, pero no del que te mereces leer.

Este punto, meter ChatGPT en la ecuación de crear contenidos es la distopía –o no– que se nos viene encima, pero no cambiará lo que ya lleva ocurriendo desde hace mucho tiempo: periodistas con varios posgrados en SEO sacando contenido para empresas como churros, encerrados en un sótano-taller-coworking día y noche, escribiendo artículos como si fueran cajas al final de una cadena de montaje industrial. Branded content lanzado al mundo en cantidades ingentes, flotando entre nosotros y molestando, casi tanto como el banner pop up, por esa incapacidad de generar valor, de contar algo más que un folleto con forma de artículo de las diez mejores cosas no te puedes perder. No nos engañemos: son fórmulas robotizadas que pueden ser replicadas y perpetuadas por la inteligencia artificial, que incluso las posicionará mejor. Unos contenidos fast food que, estén creados o no por humanos, se alejan del contenido de calidad que aporta algo a las marcas, por supuesto, pero también –y ahí está la diferencia– a quienes lo leen. 

Lo que nosotros llamamos periodismo corporativo es un proceso que se aleja de la producción en cadena. Nosotros entendemos la creación de contenido como un ejercicio para informar sobre cuestiones de actualidad y de interés o trascendencia pública, desde el rigor, el espíritu crítico y la capacidad interpretativa y expresiva, para favorecer el progreso de la sociedad mediante el conocimiento y el diálogo. Atributos que no tiene una máquina pero que, en muchos casos, también han perdido las marcas y quienes crean contenido para ellas. Detrás de ello, a menudo, el FOMO: el miedo a perderse algo, a no estar haciendo suficiente branded content, a no posicionarse sobre un tema, a no tener un podcast, un Twitch, un Tiktok.

Es fácil –y humano– caer en la tentación de crear contenido de forma compulsiva. Ese miedo a no estar nos acelera y nos aleja de la reflexión, difumina la marca y sus narrativas y acaba por colocar al contenido, por mucho SEO y SEM que tenga, en un impacto intrascendente. El contenido se convierte en algo que nadie se sienta a consumir, en una publicación más para manchar un feed o una bandeja de entrada, en algo que solo busca que un usuario permanezca más tiempo en una página. Y, aunque no lo consideremos siempre, es ese usuario el que importa. De eso va este texto: es mucho más valioso el tiempo que dedicamos a las personas que el que invertimos en escribir un prompt, y por eso también es más valioso el periodismo corporativo que el enfocado solo en el clickbait

Hace años que la norma en comunicación pasaba por industrializar la creación de contenidos. Basta echar un vistazo retrospectivo a LinkedIn: ya había publicaciones compulsivas antes de que se llenase de reflexiones sobre las maravillas y desgracias de ChatGPT. Ahora que ha llegado a nuestras vidas, no se trata de ser neoluditas e ir contra las máquinas, sino de reivindicar la quietud necesaria para crear contenido de valor, desde y para la reflexión. Si las compañías abogan cada vez más por volver al fuego lento, a la agricultura ecológica que prima los ciclos naturales frente a la química artificial, al yoga y la meditación, al silencio, al tener menos ropa pero que dure más de una temporada, al paseo en bicicleta, a los viajes con calma, ¿por qué la producción de su contenido va al contrario? Las tendencias de consumo indican con claridad que ha llegado el momento de poner a las personas en el centro, de ser conscientes y valorar sus propios procesos. Crear contenido es uno de ellos: ahora que las marcas tienen la responsabilidad de transformar el mundo, hacer periodismo corporativo es la única forma de contarlo.

Intentemos no parecernos a las máquinas: ser humano es y será siempre lo más innovador.

Esg Inversión De Impacto

ESG e inversión de impacto: es lo mismo… pero no es lo mismo

Archivos mensuales: abril 2023

Entre las principales categorías de inversión sostenible, podemos identificar dos grandes grupos: la inversión con criterios ESG (las siglas en inglés de environmental, social and governance) y la inversión de impacto. Conocer sus características, sus similitudes y diferencias es crucial para aclarar las conversaciones en torno a las finanzas sostenibles y, también, para ayudar a canalizar los fondos adecuadamente.

Por Brezo Sintes, responsable de proyectos en 21gramos.

Si algo se repite en el mundo de las finanzas es que «no existe inversión sin riesgo». En la toma de decisiones de los inversores, las variables riesgo y rentabilidad son cruciales y están directamente relacionadas entre sí: cuanto mayor sea la rentabilidad que esperan obtener al invertir su capital, mayor será el riesgo que deben asumir por su parte, y viceversa.

Hasta aquí, términos puramente económicos, pero ¿dónde quedan los sociales? Desde hace más de una década, las fronteras del binomio riesgo y rentabilidad están diluyéndose para dejar paso al ESG –las siglas en inglés de environmental, social and governance, es decir, ambiental, social y de gobernanza– y, más recientemente, al concepto de impacto. Su presencia cada vez mayor en los foros y conversaciones y su inclusión como indicador de gestión en las actividades empresariales nos da pistas del cambio de modelo socioeconómico que se avecina

Dicho de otra forma, invertir ya no es solo una búsqueda de obtener beneficios en función del riesgo que asumas. Un número cada vez mayor de inversores también quiere que su dinero financie a empresas tan comprometidas con la creación de un mundo mejor como con el crecimiento de su cuenta de resultados: bienvenidos al universo de las finanzas sostenibles, donde la rentabilidad financiera no está reñida con generar un impacto social y medioambiental positivo. «Financiar o invertir en proyectos sostenibles es más rentable para los agentes financieros, y esto genera un efecto dominó en todo el mundo empresarial», decíamos ya en uno de nuestros artículos, titulado El dinero es verde.

Precisamente los fondos de inversión son un buen indicador de que la transformación ha llegado. Pero, para que este nuevo modelo económico pueda consolidarse, es imprescindible medir su alcance, combinar la sostenibilidad financiera con el interés general, y alcanzar el equilibrio entre ambos factores.

Qué son los criterios ESG y por qué son importantes para los inversores

Este enfoque empezó a tener visibilidad tras el lanzamiento del Dow Jones Sustainability Index, el primer índice de sostenibilidad y la publicación de los Principios para la Inversión Responsable de las Naciones Unidas. Acuñado en 2004, surgió como un esfuerzo conjunto de la ONU, la Corporación Financiera Internacional (CFI) y el Gobierno suizo para apoyar la consideración por parte de la industria financiera de incluir estos criterios en la toma de decisiones, según explica Jaclyn Foroughi, cofundadora del fondo de inversión de impacto Brazen Impact para la revista Standford Social Innovation.

La inversión con criterios ESG complementa el análisis financiero tradicional, integrando los 3 factores (ambiental, social y de gobernanza) en los procesos de análisis y de selección de inversiones. Permite identificar los principales riesgos y oportunidades de una inversión en relación a la gestión de la misma, pero la rentabilidad financiera se mantiene como uno de los objetivos principales de este tipo de inversión.

  • El criterio medioambiental incluye todo aquello relacionado con el impacto medioambiental que tiene la operación de la empresa, bien sea directa o indirectamente. Es decir, su consumo de energía, huella de carbono, contaminación de sus insumos y la implementación de normas medioambientales.
  • El criterio social se refiere al impacto que la empresa tiene en la sociedad y en sus relaciones laborales, tales como proveedores, empleados, clientes.
  • El criterio de buen gobierno es todo lo concerniente al gobierno corporativo de la empresa, por ejemplo, políticas de transparencia, códigos de conducta, diversidad e inclusión en sus Consejos de Administración.

El proceso de análisis se incorpora a la empresa ya existente, que podrá certificarse en una o más de estas categorías dependiendo de su sector y objeto. Con toda esta exhaustiva información, los inversores escogen el criterio que se alinea mejor con sus valores personales y empresariales.

¿Qué hay detrás de la inversión de impacto?

La inversión de impacto, por otra parte, no se acuñó hasta 2007, cuando la Fundación Rockefeller, junto con otros filántropos, inversores y empresarios, puso nombre a las inversiones realizadas con la intención de generar un impacto social o medioambiental medible, a la vez que se obtiene un rendimiento financiero –normalmente, en compañías no cotizadas, invirtiendo en su capital o en su deuda–. Este grupo fundaría más tarde la Global Impact Investing Network (GIIN), la principal red de profesionales que promueven el movimiento, la investigación y la divulgación en torno a la inversión de impacto.

Se habla de cuatro factores principales en su definición: Intencionalidad + Impacto + Medición + Retornos. La empresa o fondo en el que se invierte tiene que contar con unos sistemas de medición claros para cuantificar el impacto que se busca generar, intrínsecamente ligado al modelo de negocio de la compañía.

Durante mucho tiempo se ha asociado la inversión de impacto con la filantropía, donde se priorizaron los objetivos de impacto sobre la generación de retornos financieros. Sin embargo, la creciente preocupación de los inversores, los gobiernos y la sociedad por la envergadura de cuestiones relacionadas con el cambio climático, el incremento de la desigualdad, o el envejecimiento poblacional, ha favorecido la involucración del tejido empresarial y la creación de un nuevo capitalismo que busca el conocido como triple impacto: la generación de retorno económico, social o ambiental al mismo tiempo.

Lo que más valor aporta este tipo de inversión respecto a otras más tradicionales es su foco en la medición del impacto generado. Este probablemente sea uno de los mayores retos al existir una gran variedad de instrumentos de medición y no existir una estandarización. Los más utilizados por los inversores son la Teoría del Cambio, los ODS y métricas no estandarizadas, seguidos por las cinco dimensiones del Impact Management Project (IMP) y las métricas IRIS+ del GIIN.

El alcance de ambos tipos de inversión en España

Según el estudio La inversión sostenible y responsable en España 2022 de Spainsif y DWS, la integración ESG sigue en auge en España. Los datos aportados muestran que los activos de este tipo o sostenibles alcanzan los 379.618 millones de euros; de ellos, 234.896 millones de euros fueron correspondientes a entidades nacionales y 144.721 millones a activos de organizaciones internacionales comercializados en España. Ello supone que el 49% del mercado es local y el 53% del mercado internacional, más avanzado en esta materia.

Así, podemos decir que la inversión de impacto se consolida en España con un fuerte crecimiento del 33% de los fondos de capital privado en 2021 respecto a 2020, según el informe La inversión de impacto en España en 2021 de SpainNAB. De manera agregada, el tamaño de la inversión de impacto en España a diciembre de 2021 se consolida en torno a los 2.400 millones de euros, un 18% corresponde a capital privado.

Estas cifras esperanzadoras refuerzan la tendencia al alza de la inversión sostenible debido al interés creciente de los inversores y los desarrollos normativos de la UE. «El resultado se puede apreciar tanto en el crecimiento del volumen de los activos gestionados con criterios de sostenibilidad, como en el desarrollo de nuevos productos financieros creados bajo esta perspectiva», asegura Joaquín Garralda, presidente de Spainsif para FundsPeople.

Similitudes y diferencias de las inversiones ESG y de impacto

Pese a que la inversión de impacto y los criterios ESG son uno de los temas más sonados en el mundo empresarial, la falta de regulación específica para el sector y la similitud que existe entre ambas prácticas genera confusiones a la hora de diferenciarlos: ambas inversiones tienen características en común, pero en su esencia son prácticas distintas.

Por un lado, la ESG fue introducida por el sector público y por otro, la inversión de impacto evolucionó gracias a los esfuerzos del sector privado. Como resultado, los criterios ESG son una guía para la comprensión pública de los factores medioambientales, sociales y de gobernanza, mientras que la naturaleza lucrativa del impacto sirve de incentivo para actuar a favor de estos intereses y dirigir el capital hacia ellos.

Según explican desde Arcano, la gran diferencia entre estos dos conceptos se puede aclarar usando dos palabras: proceso y producto.

  • La inversión de impacto es la inversión en una empresa o proyecto concebido para dar respuesta a un determinado reto social o medioambiental. El sello distintivo de este tipo de inversión es que tienen que medir el impacto.
  • La inversión ESG trata de incorporar al proceso de análisis de inversión las preocupaciones medioambientales, sociales y de buen gobierno.

Sin embargo, pese a estos matices en la práctica, ambos son imprescindibles para el futuro de la economía de impacto. Los grandes retos a los que nos enfrentaremos son de carácter socioeconómico –desempleo, pérdida de poder adquisitivo, aumento del riesgo de pobreza, desigualdad de oportunidades educativas, brecha digital…–  y, para paliarlos, la Unión Europea ya se está adelantando con la taxonomía social. Esta se centra precisamente en estas nuevas fronteras de la ‘S’ de la ESG y es uno de los mecanismos más innovadores a la hora de promover nuevas respuestas enfocadas en entender y mejorar el impacto social desde un punto de vista empresarial.

«Las diferentes crisis globales que se han producido en los últimos años han puesto de manifiesto la necesidad de incorporar un componente de sostenibilidad en los modelos de negocio», explica Lara Viada, partner en el fondo de impacto Creas, en la revista Capital and Corporate.

A raíz de la pandemia sanitaria derivada del Covid-19 se impulsó la implantación de criterios ESG y un mayor respeto por los ODS. Con la nueva realidad del conflicto de Ucrania y la escalada de precios de la energía, la necesidad de apostar por un modelo energético sostenible e independiente agudiza una tendencia que ya existía desde hace años.

Como novedad, la inversión de impacto continúa su desarrollo imparable en el país. «Aunque el volumen de inversión de estos fondos con compromiso aún no llega al de otras regiones como los países nórdicos, Reino Unido o Francia, el ecosistema nacional crece con la llegada de nuevas gestoras que abogan por el trinomio rentabilidad-riesgo-impacto y, nuevos inversores que ven esto como una oportunidad de diversificar su capital», asegura Viada.

No solo han crecido los fondos y las empresas que nacen con vocación de impacto, también los empresarios e inversores tradicionales empiezan a incorporar el impacto en su estrategia y a buscar un propósito mayor que la mera búsqueda de rentabilidad, marcando la evolución del capitalismo tradicional a futuro.

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