One Health

Salud humana y ambiental: una cuestión de equilibrio

De una u otra forma, todas las crisis que vivimos –y que viviremos– están atravesadas, de una u otra forma, por la degradación de los ecosistemas y los efectos derivados del cambio climático. Propiciar el bienestar desde una mirada global y una perspectiva «one health» puede ser la palanca de cambio que active la verdadera regeneración de la vida en el planeta.

Por Marta González-Moro, CEO de 21gramos.

Contemplar un atardecer. Sentir el viento en la cara. Escuchar las olas romper contra las rocas. El canto de los pájaros o el crepitar del fuego en una chimenea. La naturaleza cura. Cura el alma y cura el cuerpo. Lo decía Hipócrates allá por el siglo V a.C. y lo mantienen los más recientes estudios científicos.

Cuando experimentamos el contacto con la naturaleza disminuyen el estrés y la ansiedad, mejora nuestra función cognitiva –la capacidad de atención, la memoria o la orientación– y aumenta nuestra sensación de felicidad. Según algunas investigaciones, basta dedicar 20 minutos al día a pasear por el campo, un parque o cualquier lugar que nos brinde la sensación de estar en la naturaleza para reducir de manera eficiente los niveles de cortisol. Por ejemplo, las llamadas «píldoras de naturaleza», también conocidas como «baños de bosque» o Shinrin Yoku, concepto acuñado en los años ochenta por la Agencia Forestal de Japón con el doble objetivo de promover este hábito saludable en una población urbana elevadamente estresada y preservar los extensos bosques que cubren la superficie del país.

Una teoría (empírica) que ha empezado a asomar en Occidente. Conscientes de que vivir cerca de árboles y zonas verdes tiene correlación con una mejor salud mental y un menor consumo de medicamentos, cada vez más hospitales, escuelas o sedes empresariales acogen jardines o huertos; los bosques se transforman en centros de bienestar; nacen los entornos terapéuticos; se aboga por el diseño biofílico… y emerge toda una industria en torno al wellness o, un paso más allá, al wellbeing.

El silvicultor urbano Cecil Konijnendijk propuso la regla 3-30-300 para crear ciudades más saludables, esa que se cumple cuando desde nuestra ventana o balcón divisamos al menos tres árboles, vivimos en un barrio con un 30% de cubierta vegetal y nos encontramos a menos de 300 metros de un parque. Los investigadores del ISGlobal emplearon esta fórmula para tomar la temperatura, en sentido literal y figurado, a Barcelona, con una conclusión dramática: solo el 4,7% de la población cumplía con los tres preceptos. Unos resultados que, mucho me temo, no superarían buena parte de las ciudades que habitamos y que, no olvidemos, también nos habitan –aunque a veces ese olvido «todo lo destruya», que cantaría Carlos Gardel–.

El poder curativo de la naturaleza convive, en efecto, con su poder devastador o desestabilizador, en buena parte alimentado por las presiones humanas. Calentamiento global. Contaminación atmosférica. Incendios y deforestación. Sequías e inundaciones cada vez más frecuentes e intensas. Pérdida de biodiversidad. Propagación de enfermedades. Escasez de alimentos. Tensiones geopolíticas. Pobreza. Migraciones. Guerras.

Todas las grandes crisis que agitan actualmente el mundo están atravesadas, en mayor o menor medida, por la degradación de los ecosistemas naturales y los efectos derivados del cambio climático. Nada que no sepamos pero, por si fuera poco, el último aviso data de solo unos días: «la ventana para asegurar un futuro habitable se cierra», aseguran los expertos responsables del último informe del IPCC. Aún tenemos tiempo, pero este se agota. Y no podemos esperar a ver cómo cae el último grano de arena del reloj.

La sociedad homeostática

La salud humana y ecosistémica son una sola. Esa visión One Health coreada por Naciones Unidas es una certeza que, parece, asumimos desde la traumática vivencia de la pandemia, cuando las fronteras entre realidad y distopía se diluyeron y fuimos testigos de nuestra fragilidad y de los riesgos a los que nos expone una naturaleza maltrecha.

Desde la majestuosa y colorista Pandora del universo Avatar hasta la apocalíptica y devastada Norteamérica presentada en Last of us, los modernos relatos ficticios nos recuerdan que somos parte de un supraorganismo que lo conecta todo. Caen como sal en unas heridas aún sin cicatrizar del todo y nos invitan a seguir reflexionando sobre las grandes cuestiones de la humanidad, que no es más –ni menos– que la suma de todos nosotros aquí y ahora.

En este sentido, en nuestro IV Estudio Marcas con Valores nos adentrábamos en la sociedad homeostática, entendiendo esta como un ecosistema vivo que necesita estabilizar de nuevo sus desajustes sociales, económicos y medioambientales. «Emulando el proceso biológico por el que los seres vivos logran hacer frente a graves alteraciones, es el momento de que la sociedad despliegue y acelere los mecanismos que le permitan autorregularse ante los evidentes desequilibrios. Sabiendo que todos somos seres interdependientes que no podemos vivir sin los otros», decíamos entonces.

Redefinición y repriorización del bienestar

Algunos datos esgrimidos de este último Estudio consolidaban la tendencia creciente que se viene vislumbrando desde hace tiempo: la repriorización de la salud y del bienestar físico y emocional por parte de una ciudadanía cada vez más consciente y consecuente entre lo que piensa y lo que hace. El 63% de los ciudadanos afirma, por ejemplo, que viviría más lejos del trabajo para estar en un entorno menos contaminado. Y el 68%, que optaría por trabajar o cobrar menos a cambio de tener más tiempo libre. Otros análisis como el 2023 Edelman Trust Barometer coinciden: el 69% elige sus trabajos basándose en que las empresas estén alineadas con sus creencias y valores.

Sin duda, las reglas están cambiando en nuestra forma de relacionarnos con el trabajo y con la vida, sin obviar que lo primero ocupa gran parte de lo segundo en términos de tiempo material. Ello ha abierto paso a grandes debates y cuestionamientos en torno al mundo laboral que cada vez ocupan más espacio en la agenda y conversación pública, como la digitalización y teletrabajo, la jornada laboral de cuatro días o el derecho a la desconexión.

El papel de las organizaciones del siglo XXI es responder y facilitar estas transiciones desde la empatía y a través de una cultura y un liderazgo comprometidos. Anticipándose, transformándose y tomando partido ante estos retos desde el desempeño y desde una visión que sitúe la salud y el cuidado de las personas y de su entorno en el centro de nuestras decisiones.

Propiciar el bienestar desde una mirada holística, entendiendo la salud humana y la salud del planeta como un sistema, es crucial para crear impacto positivo en todas las esferas: la política (y geopolítica), la empresa, la industria, el consumo o la educación. Asumir y trasladar este enfoque a nuestras decisiones y realidades particulares redundará en el bienestar de las personas que nos rodean, de nuestro entorno más inmediato y en el nuestro propio.

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